Deseaba que nadie se fijara en él, esquivaba las miradas que escudriñaban en la suya. Le parecía obsceno exhibir su sufrimiento e insoportable la curiosidad de los demás.
Resultaba fácil ocultarse en esa multitud cómplice e indiferente, donde su existencia pasaba desapercibida. Era el momento para borrarse del planeta y ser ignorado. Nadie le sacaría de su encierro en sí mismo y como una ostra recogido en su soledad y silencio permanecería.
Acababan de arrancarle una parte de su ser, sin testigos, ni ojos indiscretos acechándole, se disponía a sobrellevar su duelo. Se hallaba rodeado de las cosas más hermosas del universo: entre árboles eternos el sol le hacía guiños, flores majestuosas, aguas cristalinas, trinos encantados, brisa perfumada y una luminosa gruta donde rezar.
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