Para nada era su momento, no se hallaba a si misma. Sentía una extraña ausencia que la hacía sentirse como lana. Llevándola a ese estado, que sin llegar a ser una enfermedad, era como un mal que le adormecía el alma.
Así sin motivo alguno, había empezado a no sentirse ella misma. Todo comenzó cuando dejó de creer en ella, dejó de sentirse amada, a sentirse sustituible, como vencida por la vida. Vamos, todas esas percepciones que restan y menoscaban el valor de cualquiera, haciéndola sentirse menos que una hormiga.
Ni siquiera entendía de dónde le venía ahora, esa súbita necesidad de sentir unos brazos estrechándola, echaba en falta esa amante mirada, volver a enamorarse, a caminar de la mano del amor, una vez más.
Buscando causas probables a su pesadumbre, ella culpó a la soledad que la rodeaba, a la ilusión que ya no tenía en su vida, a tantos años sin el amor de un amante, seguramente debido a todo eso, sumado a su miope visión de futuro que últimamente la cegaba.
Algo le decía que la respuesta a lo que buscaba estaba dentro de ella misma.
Se podía pasar toda la vida buscando la flor perfecta, hasta el día que descubriera que todas las flores son perfectas.
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